La gripe es un importante problema de salud pública, tanto por la mortalidad que provoca directa o indirectamente, como por las complicaciones que ocasiona y los costes económicos y sociales que origina. A nivel mundial se estima que cada año mueren hasta 650.000 personas por causas relacionadas con la gripe. En España, durante la temporada 2019-2020, un total de 619.000 personas acudieron a las consultas de Atención Primaria por gripe, hubo 27.700 hospitalizaciones con gripe confirmada por ensayos de laboratorio, 1.800 ingresos en la UCI y 3.900 muertes asociadas a la gripe, según los datos proporcionados por el Ministerio de Sanidad.

Para combatir esta enfermedad y disminuir la mortalidad y el número de ingresos hospitalarios, la vacunación anual es clave. En esta última temporada, el Centro Nacional de Epidemiología (CNE), perteneciente al Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) calcula que la vacunación antigripal evitó un 26 por ciento de hospitalizaciones y el 37 por ciento de muertes atribuibles a la gripe.

Aunque puede afectar a cualquiera, el Ministerio de Sanidad considera a ciertos tipos de población como vulnerables. Siguiendo las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), España indica que los colectivos prioritarios en la vacunación son los ancianos, embarazadas, mayores de 65 años, pacientes con enfermedades crónicas o inmunodepresión y los profesionales sanitarios y sociosanitarios, que también podrían considerarse de riesgo al estar más expuestos y poder transmitir la enfermedad a los más vulnerables.

Sin embargo, la llegada de una nueva enfermedad infecciosa, la COVID-19, ha eclipsado a la gripe. Con la irrupción de la pandemia –y las medidas de confinamiento y de seguridad adoptadas para su contención–, la incidencia de la gripe esta temporada ha sido residual. En ello coinciden los ocho miembros del Grupo de Trabajo sobre Gripe 2021 (ver Tabla 1 al final del artículo), organizado por Fundamed y con la colaboración de Seqirus.

Aumento (insuficiente) de las coberturas vacunales

Uno de los motivos por los que nos hemos encontrado con una línea plana en la incidencia de la gripe es el incremento de la cobertura vacunal, muy condicionada por la pandemia, por una creencia generalizada de que protegerse frente a la gripe era bueno para la COVID-19. Así, ante la percepción de riesgo, aumentan las coberturas de vacunación, sobre todo, entre la población más anciana.

De hecho, según los datos preliminares, este año se han obtenido unas coberturas de vacunación excepcionales en gripe, con más del 65 por ciento de pacientes mayores de 65 años vacunados, lo cual representa un incremento de más de 10 puntos respecto a la campaña anterior.

Pero, a pesar del aumento, las tasas no son las deseables ni han alcanzado el objetivo mínimo del 75 por ciento marcado por el Ministerio de Sanidad para la temporada 2020-2021. “Falta creer en la importancia de la vacunación frente a la gripe y en la vacuna como elemento de prevención”, destacan los expertos.

“Falta creer en la importancia de la vacunación de la gripe y en la vacuna como elemento de prevención”

“Hay dos comunidades donde la tasa de vacunación es inferior al 65 por ciento y solo nueve comunidades que han superado el 70 por ciento”, apuntan en referencia a la población mayor de 65 años. En cuanto a las tasas de cobertura de profesional sanitario, personal que atiende en centros residenciales o de personal de ayuda a domicilio, indican que no serán altas cuando se tengan.

Otra razón por la que se ha reducido la incidencia de la gripe ha sido la adopción de otro tipo de medidas de protección, como el uso de mascarillas, obligadas por la pandemia y que han contribuido a evitar contagios tanto de COVID-19 como de gripe.

“La idea de protegerse ante enfermedades respiratorias de esta naturaleza es bueno y cala entre la población”, señalan los miembros del Grupo de Trabajo. “Por ello, es algo que deberíamos plantearnos para prevenir los efectos de la gripe en el futuro: que no se use únicamente la vacuna como método de prevención, sino que también se incluya la mascarilla, la higiene de manos, etc.”, sugieren.

Así, los expertos están de acuerdo en que se debe poner en perspectiva la necesidad de protegerse con medidas no farmacológicas, entre la que se incluyen normas de buena práctica de la población. Destacan que, con estas medidas de prevención de contagios, hay infecciones que se han convertido en raras porque, efectivamente, las infecciones respiratorias dependen del comportamiento de la población: si no se lo ponemos fácil, disminuye la transmisión.

La COVID-19 deja a la gripe en segundo plano

Aunque la COVID-19 ha animado a la vacunación, esto puede suponer un efecto contrario a la hora de volver a vacunarse frente a la gripe. Los expertos explican que ahora se tiende a comparar la gripe con la COVID-19 y se piensa que la primera es solo un pequeño problema respecto a la segunda.

No existe una conciencia real por parte de la población y, aunque en menor medida, tampoco la hay entre los sanitarios. El hecho de que la ciudadanía no perciba la importancia de la gripe en sus referentes sanitarios, supone un verdadero problema.

A ello se le suma una confusión global: mucha gente se autodiagnostica como una gripe lo que puede ser un resfriado común. “Lo que sucede cada otoño y cada invierno, donde existe una carga brutal de enfermedades respiratorias, se ha asumido como una normalidad”, apuntan con preocupación los expertos.

La enfermedad gripal tiene un alto impacto y continúa siendo un peligro independiente de la COVID-19. Por ello, se debe insistir en la vacunación antigripal de cara a las próximas campañas. Y es que la gripe, lejos de haber desaparecido, está ahí y volverá una vez pase la pandemia.

En este sentido, si bien los expertos ven razonables los objetivos de cobertura de vacunación antigripal establecidos por el Ministerio de Sanidad para la temporada pasada –alcanzar o superar el 75 por ciento de cobertura en mayores y el 60 por ciento en embarazadas o personas de riesgo–, proponen contemplar también el papel de los convivientes en la estrategia. Creen que se deberían incorporar a la vacunación prioritaria los cuidadores de la población mayor.

Coincidencia de las campañas de gripe y COVID-19

Las campañas de vacunación de la gripe y de la COVID-19 hoy son distintas y tienen objetivos diferentes, pero se solaparán muy probablemente durante seis semanas en los meses de octubre y noviembre. Deberán planificarse cuidadosamente tras ver cómo evoluciona la disponibilidad, tipos de vacunas COVID-19, niveles de cobertura vacunal y mantenimiento de respuesta.

Cuando comience la campaña de la gripe, todavía faltarán personas por vacunar de coronavirus. Sin embargo, quedará el colectivo menos vulnerable (entre los 18 y los 30 años), que no es candidato para recibir la vacuna frente a la gripe. Por tanto, los centros sanitarios tendrán que priorizar la vacunación antigripal en la población de riesgo sobre estas personas que no han recibido la vacuna contra el coronavirus.

En principio, como ocurre con otras vacunas de características similares a las de estos virus, no debería existir ningún problema adicional en el hecho de coincidir ambos actos vacunales, eso sí, administrando cada vacuna en áreas anatómicas distintas y no mezcladas en una misma jeringa, según las indicaciones de la ficha técnica.

Eficacia de las vacunas

La efectividad de la vacuna de la gripe es moderada y se tiende a comparar con la de las vacunas COVID-19. Las vacunas antigripales cuentan con efectividades de entre el 40 y 60 por ciento, según un metaanálisis realizado en la Atención Primaria estadounidense incluyendo varias temporadas y muchos grupos de edad.

Por su parte, ninguna de las vacunas COVID-19 ha bajado del 70 por ciento de eficacia, dejando el listón muy alto. Para evitar que las vacunas COVID-19 eclipsen a las de la gripe, se debe hacer una estrategia de comunicación: son virus distintos y la incidencia de la gripe se ha demostrado que es enorme. Además, el esfuerzo inversor que se ha hecho en una vacuna y en otra no es el mismo.

“Tenemos mejores vacunas -las de inmunogenicidad aumentada- y, evidentemente, hay que potenciarlas y usarlas”

Al hablar de la alta eficacia de las vacunas COVID-19, a los expertos les merece una buena consideración las vacunas antigripales de inmunogenicidad aumentada. “Tenemos mejores vacunas y, evidentemente, hay que potenciarlas y usarlas”, aseguran.

Insisten en la importancia de la innovación terapéutica, en la investigación y en la posterior llegada de nuevas vacunas. Así, estos avances en la incorporación de nuevas vacunas mejoradas potencian su efectividad y eficacia.
Si el objetivo es ofrecer las mejores vacunas frente a la gripe a la población, qué mejor que usarlas para los colectivos más vulnerables y con más riesgo de sufrir una gripe grave. Desde hace años, la mayoría de las comunidades autónomas trabajan evaluando la inmunogenicidad y tienen claro que estas vacunas con potencias aumentadas generan mayor inmunidad en los mayores.

Los expertos resaltan que se han obtenido buenos resultados con este tipo de vacunas. “La inmunogenicidad aumentada en mayores de 65 años no debería discutirse y debería ser unánime. Vacunar a mayores siempre es un beneficio en gripe”, señalan. Al mismo tiempo, recuerdan que el territorio de la inmunosenescencia supone el 20 por ciento de la población total, por lo que ven necesario potenciar el uso de las vacunas de inmunogenicidad aumentada para que los mayores tengan una mayor tasa de cobertura.

“Vacunar a mayores siempre es un beneficio en gripe y las vacunas de inmunogenicidad aumentada en mayores de 65 no debería discutirse”

Coste-efectividad de la vacunación

La vacuna antigripal tiene un impacto claro y rotundo sobre la carga de la enfermedad. Así, la eficacia de la vacunación antigripal es indudable: consigue reducir hospitalizaciones y muertes. Y esto, además, provoca un impacto positivo en la economía al suponer un ahorro para los sistemas sanitarios, por lo que se puede decir que es coste-efectiva.

El grupo de expertos hace hincapié en que las comunidades autónomas deben planificar bien la compra de vacunas, pues un abastecimiento insuficiente o sobrante tiene una repercusión social y económica importante. Por ejemplo, unas 27.700 asistencias hospitalarias, que suponen 7 días de estancia, si se multiplican por el coste de estancia, que ronda los 500 o 600 euros al día, estamos hablando de grandes costes para el sistema sanitario, concretamente de más de 100 millones de euros.

Con la vacunación se reducen directamente los costes de la asistencia médica, muchos de ellos de tipo hospitalario. Según David Cantarero, responsable del Grupo I+D en Economía de la Salud del Instituto de Investigación Sanitaria (IDIVAL) Valdecilla, “aproximadamente, por cada euro destinado a vacunas se puede ahorrar entre 4 y 5 euros en costes médicos directos”, aseguró en una entrevista a El Global y Gaceta Médica. Es más, si se considerasen los costes de tipo indirecto, la cifra se elevaría aún más.

Respecto a las vacunas de inmunogenicidad aumentada, también son coste-efectivas porque, aunque sus costes son mayores, merecen la pena por su eficacia. Es por ello que los expertos son partidarios de incorporar este tipo de vacunas más innovadoras y efectivas, ya que los recursos son escasos y las necesidades, muy grandes.