En un mundo en el que viven más de 8.000 millones de personas, la soledad no deseada es un problema creciente. Se estima que un 13,4 por ciento de las personas en España la sufren y, entre jóvenes de 16 a 29 años, este porcentaje aumenta hasta al 21,9 por ciento, según datos del Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada. En el conjunto de la Unión Europa se estima que alrededor de 30 millones de personas se sienten solas habitualmente.
Este fenómeno supone una fuente de angustia para aquellos que lo padecen y limita sus derechos a la participación activa en la sociedad. Además, produce consecuencias negativas en la salud y el bienestar y, a su vez, conlleva unos costes sociales y económicos significativos. De hecho, en el Observatorio Estatal se expone que estos costes supusieron al sistema en torno a 14.141 millones de euros en 2021, lo que representa el 1,17 por ciento del PIB. De estos, 6.101 millones son costes sanitarios directos.
Distintas soledades
De acuerdo con Esther Camacho, psicogerontóloga y miembro de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG), “es importante distinguir entre personas que viven en soledad objetiva, es decir, que les falta compañía, que viven solas en hogares unipersonales. Por otro lado, están las personas que sufren soledad no deseada y personas que sí desean esa soledad”. Asimismo, aclara que “dentro de esta diferencia lo que hace que se vuelva un sufrimiento o una elección es que, en la soledad deseada, la persona disfruta de su entorno, de su casa en soledad, de sus horarios, etc. Es una vida en la que la persona ha desarrollado unas habilidades y unas competencias para poder estar sola y vivir muy bien”.
Sin embargo, hay personas que no han elegido vivir solas. “La mayoría son mujeres viudas que se han encontrado en situaciones que no deseaban o que no habían planificado. Estas personas experimentan aislamiento, no tienen compañía y no participan lo suficiente en la comunidad”, explica Camacho.
La soledad no deseada es un problema multifactorial que se ve afectado por elementos individuales, sociales y culturales. Vivir solo, la discapacidad, la renta, los eventos vitales, como la pérdida de un ser querido y la edad, ya que las personas mayores tienen mayor riesgo de sufrirla, son factores determinantes en este problema.
“Muchas veces pensamos que la soledad es un problema de la tercera edad y de las personas que, por ejemplo, están en centros sociosanitarios o en residencias. Sin embargo, la soledad aparece incluso en la gente joven. De hecho, se habla de que, en la Generación Z, que son los que tienen ahora de 15 a 22 años, es donde mayores tasas de soledad se están detectando con las consiguiente repercusiones de problemas de salud mental”, destaca Vicente Gasull, médico de familia y coordinador del grupo de Salud Mental de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen).
Un problema intergeneracional
Los datos que se desprenden del Observatorio Estatal apuntan a que las personas jóvenes son las que más soledad no deseada experimentan. Desde los 16 años hasta los 24 es cuando el porcentaje es más elevado, un 21,9 por ciento y, a partir de esa franja, va disminuyendo hasta el 7,8 por ciento que se determina entre los 65 y 74 años. Sin embargo, a partir de los 75 esta cifra vuelve a incrementarse hasta alcanzar el 12,2 por ciento. Asimismo, las mujeres la padecen más que los hombres, un 14,8 frente a un 12,1 por ciento.
“Hemos constatado que la soledad no deseada no está solo asociada a las personas mayores, ocurre en todos los tramos de edad, especialmente en la gente joven”, señala Eva Rodríguez Míguez, catedrática de Economía en el Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Vigo y una de las autoras del Observatorio. “En nuestro estudio hemos encontrado que la soledad viene derivada tanto por causas externas (falta de convivencia o apoyo familiar y social), como por la dificultad de relacionarse con los demás”, destaca.
Esta soledad no es momentánea, el 22,9 por ciento de las personas que participaron en el Observatorio se sienten solas durante todo el día, mientras que un 20,9 por ciento experimentan esta soledad los fines de semana. Además, las personas en situación de soledad no deseada llevan sufriendo esta situación una media de seis años. En el estudio se señala que en los países industrializados el deterioro de las relaciones sociales está causado, en parte, por los cambios que ha experimentado la sociedad. En la actualidad, la convivencia intergeneracional se ha reducido, existe una mayor movilidad social, la edad de matrimonio se ha retrasado, hay una mayor proporción de hogares unipersonales, etc. “Si no repensamos nuestra forma de relacionarnos, la soledad y su coste seguirá aumentando”, subraya la catedrática.
Impacto en la salud mental
Este sentimiento tiene un impacto directo en la salud de las personas, aumenta la morbilidad y el riesgo de muerte. Sin embargo, los mecanismos que explican la relación entre la soledad y la salud no son del todo conocidos.
“Los estudios apuntan a dos hipótesis. La primera hace referencia a la importancia de las relaciones sociales a la hora de proporcionar al individuo recursos que ayudan a desarrollar determinados comportamientos adaptativos, o respuestas neuroendocrinas a determinados factores de estrés. Tener poco contacto social puede contribuir a un declive cognitivo más rápido y a una mayor frecuencia de cuadros depresivos, afectando también al deterioro de la salud física”, apunta Rodríguez, que añade que “una segunda hipótesis se refiere a que una vida socialmente activa es un factor de protección de la salud del individuo, al modificar determinados comportamientos relacionados con su salud, como la reducción sedentarismo o un mayor acceso a la información”.
Los efectos de la soledad en la salud son tanto psicológicos como físicos y, en la mayoría de los casos, están asociados entre sí. “Nos afecta a nivel emocional porque tenemos mayor riesgo de sufrir aislamiento. Se ha visto que las personas tienen más problemas de sueño, sienten desesperanza y una pérdida propósitos de vida preocupante porque cuando se pierde ese propósito, ese motivo para levantarse y arreglarse, que nos da la sociabilidad con otras personas, es cuando el resto de los factores empeoran”, apunta la experta de la SEGG. “Además de presentar mayor riesgo de depresión y ansiedad, estas personas tienen mayores probabilidades de sufrir un accidente en el hogar y que no haya quien los auxilie. Pero, también se asocia con unos mayores problemas de movilidad porque tendemos a volvernos más ermitaños y salimos menos. Esta falta de movilidad también tiene efectos a nivel cognitivos, ya que al no tener con quién hablar ni una dinámica de sociabilidad diaria, nos comunicamos menos. Al final se ve que las personas que están solas tienen que hacer un sobreesfuerzo por estimularse”, señala Camacho.
En este sentido, Gasull señala otro aspecto a destacar y es que “la persona que se siente en soledad desarrolla una desconfianza. Cuando alguien se intenta aproximar a ella piensa que hay segundas intenciones. Esto quiere decir que, en ocasiones, la propia persona que se encuentra en soledad genera un rechazo hacia aquellos que se acercan a ellos. Indudablemente son los casos más graves de soledad y habría que imponer una terapia cognitivo conductual para modificar esos prejuicios y esas falsas ideas que asaltan a la persona que se siente sola”.
Consecuencias en la salud física
La salud mental no es la única afectada como consecuencia de la soledad, hay muchas investigaciones que la relacionan directamente con la salud física. Según explica Gasull, “sobre todo hay estudios con respecto a enfermedades cardiovasculares como la hipertensión arterial, cardiopatía isquémica, etc., y tiene una explicación muy simple, la soledad en sí misma no deja de ser un factor estresante”. “Esto determina la hiperactivación de centros cerebrales, del eje hipotálamo-hipofisario-suprarrenal, que conlleva a la segregación de una serie de sustancias como el cortisol o catecolaminas, que van a tener una repercusión sobre el sistema cardiocirculatorio”, añade.
Este impacto cardiovascular se percibe mediante el aumento de la frecuencia cardiaca o en el incremento de la probabilidad de padecer obesidad o diabetes. Sin embargo, una de las complicaciones en estos casos es detectar que dicho problema se debe a la soledad. “No hay tantos estudios que hayan demostrado la relación causal como para poder decir que hay una relación causa efecto, pero sí que hay otros estudios en los que se ve que sí existe una relación”, señala el experto de Atención Primaria.
Costes sanitarios
De los más de 14.000 millones de euros que se estima que cuesta la soledad no deseada en España, aproximadamente un 43 por ciento se deriva de una mayor frecuentación a los servicios sanitarios y a un mayor consumo de medicamentos. “Destaca principalmente el coste derivado de consultas al médico de familia y al especialista”, resalta la catedrática Rodríguez Míguez.
El informe del Observatorio Estatal ha aportado datos según diferentes escenarios: un escenario optimista, un escenario base y otro pesimista. El escenario base se ha obtenido aplicando la prevalencia media de personas solas y los escenarios optimista y pesimista empleando los límites inferior y superior calculados para esta prevalencia.
Atendiendo a las cifras de “base”, los costes sanitarios derivados de la frecuentación a los servicios sanitarios ascendieron a más de 5.605 millones de euros. Las consultas, tanto en Atención Primaria como con el especialista, son lo que más coste generan: 1.018 millones de euros en primaria y 3.880 millones en el especialista.
Tal y como explica Rodríguez, “varios son los factores que están relacionados con este coste. Una parte se asocia con el uso de bienes y servicios sanitarios”. “Hemos encontrado evidencias de que las personas con soledad no deseada tienen un mayor consumo de fármacos, principalmente tranquilizantes y antidepresivos, y una mayor frecuentación de servicios sanitarios”. Los datos del estudio arrojan que el consumo de tranquilizantes, relajantes y de antidepresivos y estimulantes supusieron un coste total de 457 millones de euros en la muestra base, lo que equivale al 92 por ciento del coste total del consumo de medicamentos asociados a enfermedades relacionadas con una situación de soledad no deseada.
La soledad desde el sistema sanitario
Del mismo modo que la soledad no deseada impacta en muchos aspectos de la vida de las personas que la sufren de manera diferente, el abordaje debe adaptarse a las necesidades de cada persona.
“Primero necesitamos que la persona quiera y participe en ese autocuidado necesario para salir de la soledad. Necesitamos invitar a la persona, poco a poco, a que vaya participando, lo que dependerá mucho de la situación que le lleva esa soledad. Habrá que buscar y proponer actividades que le apetezcan y que sean estimulantes. No se le puede dar la misma solución a todas estas personas”, señala la experta de la SEGG.
Existen diversos factores que influyen en cómo afecta y cómo se trata esta soledad: si la persona tiene o no familia, si el problema se ha desencadenado al quedarse viudo, si vive en un pueblo o en una ciudad, o si vive en la misma población que sus familiares y amigos o se ha mudado a otro lugar. En el caso de que la persona esté completamente sola el seguimiento es más complejo. “Cuando nos encontramos solos tendemos a ir a más veces al médico de cabecera porque nos escucha, es una persona que dedica nos dedica un tiempo”, apunta Esther Camacho, que asegura que “la ansiedad de encontrarse solo tantas horas, y no poder dormir ni descansar, promueve que haya un incremento del consumo de fármacos para dormir y para tranquilizarse”. En este sentido, Vicente Gasull coincide y añade que “el hecho de estar solo también genera una situación de inquietud y de temor. Por ejemplo, una persona que no duerma bien puede inquietarse al pensar constantemente que eso le va a derivar en una enfermedad y la solución rápida es recurrir a un fármaco”.
El consumo de fármacos sin un seguimiento adecuado puede generar otros problemas. “Lógicamente un fármaco para el insomnio, como pueden ser las benzodiazepinas, va a generar un hábito y una dependencia”, señala Gasull.
A pesar de la dificultad para determinar la soledad que sufre una persona, existen algunos instrumentos de ayuda, como la escala de soledad de UCLA (UCLA loneliness scale) y la de Jong Gierveld (Jong Gierveld loneliness scale). Ambas miden la soledad subjetiva, tanto emocional como relacional. Por otro lado, se determina otra herramienta para determinar el aislamiento social, como es la Escala de red social de Lubben (Lubben Social Network Scale). Esta consta de una versión larga de 18 preguntas y de una abreviada de seis que permiten medir tres factores de la red social: el emocional, el tamaño y la tangibilidad.
Promover la sociabilidad
El pasado mes de noviembre de 2023, la Organización Mundial de la Salud, anunció la creación de una comisión sobre Conexión Social con el fin de hacer frente a la soledad como una amenaza para la salud y promover las relaciones sociales. Este grupo definirá un programa mundial sobre conexión social para crear conciencia y establecer colaboraciones que impulsen soluciones basadas en información fáctica para países, comunidades e individuos.
“El Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030 está trabajando para mejorar la situación de la soledad en España”, señala Camacho. “Es importante que estas personas, vivan donde vivan, no pierdan la conexión con su comunidad. Por ejemplo, detalles sencillos como que, si vive alejada de una zona urbana, haya un transporte que facilite acceder a esta. Algo que permita a esta persona, cosas tan sencillas como que los jueves y los miércoles pueda ir a su peluquería de toda la vida y sociabilizar”, apunta la psicogerontológa.
Abordar este problema es complicado e, indudablemente, va más allá del ámbito sanitario. Según Gasull, “ha de ser un abordaje transversal donde participen desde las instituciones, no solamente sanitarias, sino una unión de asociaciones públicas, y hasta la familia”. El experto señala que “hay que darles facilidades a estas personas para que puedan relacionarse, promover los centros de día o los centros de mayores. En el caso de que no se puedan desplazar se podría llevar a cabo una asistencia domiciliaria para que estén acompañadas e informar a la familia de las necesidades que tienen”.
Sabiendo que la soledad no deseada y el aislamiento social son condicionantes de salud los expertos concuerdan en que es necesario replantear su abordaje, integrando el factor ‘soledad’ en las consultas médicas y promoviendo acciones que ayuden a estas personas a integrarse en la sociedad.