En la última década, el consumo de benzodiacepinas en España ha aumentado de manera notable, posicionando al país como el segundo de Europa con mayor uso de ansiolíticos. El consumo alcanzó su máximo en 2021, tras la pandemia de COVID-19, con 58,17 dosis diarias definidas por 1.000 habitantes (DHD). Actualmente esa cifra ha descendido, siendo aun así muy elevada, con un consumo de 55,87 DHD en 2023. El COVID-19 impulsó el uso de estos fármacos, pero las enfermedades mentales y los trastornos de ansiedad son los principales factores que motivan su consumo.
El Ministerio de Sanidad publica anualmente los datos nacionales de consumo de medicamentos desglosados según la clasificación ATC4 de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esta clasificación incluye los subgrupos químicos N05BA (derivados de la benzodiacepina utilizados como ansiolíticos), N05CD (derivados de la benzodiacepina utilizados como hipnóticos y sedantes) y N05CF (fármacos relacionados con las benzodiacepinas). La información que se presenta corresponde al consumo de medicamentos recetados a través del Sistema Nacional de Salud (SNS) y dispensados en farmacias, los cuales son financiados con fondos públicos de las Comunidades Autónomas (CC. AA.), el Instituto Nacional de Gestión Sanitaria (INGESA) y las mutualidades. Los datos se han recogido a partir de los informes de facturación de recetas, y se publican desde el año 2010 hasta la fecha más reciente disponible.
Los principales datos de consumo de benzodiacepinas y fármacos relacionados en España se expresan en términos de importe a precio de venta al público (PVP), medido en miles de euros. A continuación, se detallan las cifras de los últimos años para los distintos subgrupos:
- N05BA: en el año 2019, el consumo alcanzó los 97.913,42 euros, con una disminución del 0,2 por ciento respecto al año anterior. En el curso siguiente, hubo un aumento del 4,4 por ciento alcanzando los 102.250,29 euros. En el 2021, el crecimiento fue del 3,2 por ciento, llegando a 105.515,52 euros. Sin embargo, en el siguiente año se produjo una leve disminución del 0,8 por ciento, alcanzando los 104.644,84 euros. Para el año 2023, el consumo bajó un 1,9 por ciento con respecto al año anterior, situándose en 102.650,79 euros. A pesar de estas fluctuaciones, el aumento acumulado entre los años 2019 y 2023 ha sido del 4,8 por ciento.
- N05CD: en el año 2019, el consumo fue de 29.361,52 euros, con un crecimiento del 2,6 por ciento respecto al año anterior. Para el curso siguiente, el consumo subió un 4,6 por ciento situándose en 30.717,02 euros, y mantuvo el mismo ritmo de crecimiento durante 2021, alcanzando los 32.140,34 euros. Por su parte en el 2022, el consumo aumentó un 3,1 por ciento llegando a 33.122,25 euros, pero en 2023 se produjo una disminución del 1,2 por ciento, con un total de 32.723,66 euros. No obstante, el crecimiento acumulado entre los años 2019 y 2023 fue del 11,5 por ciento.
- N05CF: el consumo de estos fármacos en el año 2019 fue de 12.735,45 euros, con un aumento del 0,6 por ciento respecto al año anterior. En el 2020, el consumo subió un 4 por ciento, alcanzando los 13.244,92 euros. En el curso siguiente, el crecimiento fue del 2,7 por ciento, situándose en 13.599,27 euros, y en el año 2022 el consumo subió un 1,5 por ciento, llegando a 13.808,12 euros. Para el año 2023, el incremento fue del 1,7 por ciento, alcanzando los 14.047,56 euros. El aumento acumulado entre los años 2019 y 2023 fue del 10,3 por ciento.
Aunque el consumo de benzodiacepinas ha mostrado fluctuaciones a lo largo de los últimos años, en general, los incrementos acumulados entre el año 2019 y 2023 reflejan un aumento moderado en la utilización de estos fármacos, especialmente en el caso de los derivados utilizados como hipnóticos y sedantes. Estos datos permiten evaluar las tendencias de consumo y la relevancia de estos medicamentos en el contexto del Sistema Nacional de Salud (SNS).
No obstante, en 2021, se observó un aumento significativo en el consumo de estos medicamentos, lo que hace notable su importancia en el tratamiento de enfermedades mentales. Para ofrecer una visión más completa de las tendencias actuales y evaluar los cambios en el uso de estos medicamentos, se presentan datos comparativos del año 2021 y del año 2023, el más reciente disponible. Esta comparación es esencial para entender las variaciones en el consumo y evaluar la evolución en la prescripción de estos fármacos a lo largo del tiempo. (Ver Tabla 1).
En España, cada año el Gobierno elabora los Presupuestos Generales del Estado (PGE), los cuales son un instrumento clave para la planificación y gestión de los recursos públicos. A través de estos presupuestos, se asignan partidas específicas a los distintos ministerios, incluido el Ministerio de Sanidad. Estas asignaciones tienen el objetivo de financiar el Sistema Nacional de Salud (SNS) y garantizar que los servicios de salud sean accesibles a todos los ciudadanos, aunque su gestión es descentralizada y recae principalmente en las comunidades autónomas (CC. AA.).
De hecho, el presupuesto para Sanidad cubre áreas clave como: atención primaria y especializada, compra de medicamentos, investigación biomédica, políticas de salud pública, salud mental y, coordinación de las CC. AA. entre otros. Dentro del apartado dedicado a la compra de medicamentos, se realiza una asignación económica específica para cubrir los costes de los productos farmacéuticos que los ciudadanos necesitan. Este presupuesto es crucial para garantizar el acceso a estos tratamientos, entre otros. No en vano, en los últimos años, se ha observado una tendencia a la racionalización del gasto en medicamentos con el objetivo de garantizar la sostenibilidad del SNS. Un ejemplo de ello es el ligero descenso en el presupuesto asignado a los ansiolíticos en 2023 en comparación con 2021, como se refleja en la tabla 2.
ENFERMEDADES MENTALES EN ESPAÑA
Las enfermedades mentales en España representan un importante problema de salud pública. El problema de salud más común es el trastorno de ansiedad, el cual afecta al 6,7 por ciento de la población. A este trastorno le siguen el trastorno del sueño con un 6,4 por ciento de afectados; y el trastorno depresivo, que impacta al 4,1 por ciento de la población. Ambos trastornos pueden tener efectos adversos en la capacidad de las personas que los padecen a la hora de llevar a cabo sus actividades cotidianas y mantener relaciones saludables.
Además, la demencia, que afecta a un 3,2 por ciento de los españoles es también un problema creciente que se manifiesta generalmente con el envejecimiento de la población. Esta afección deteriora significativamente la memoria y otras funciones cognitivas en las personas que la padecen. La psicosis, aunque menos frecuente, afecta al 1,2 por ciento de la población y se caracteriza por una alteración en la percepción de la realidad.
En la infancia, los trastornos hipercinéticos, como el trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDHA), afectan al 1,8 por ciento de los niños, mientras que los problemas de aprendizaje impactan al 1,6 por ciento. Estos datos subrayan la importancia de trabajar en ofrecer una atención integral y específica para abordar los diferentes trastornos mentales en todas las etapas de la vida.
Cabe destacar también que la mayoría de estos problemas son más frecuentes en las mujeres que en los hombres cuando se trata de población adulta. Sin embargo, en niños hay un predominio masculino respecto a las mujeres. En la tabla 3 se pueden observar las cifras que así lo demuestran.
En España, las enfermedades mentales suponen una carga económica importante, alcanzando en 2010 la cifra de 83.749 millones de euros anuales. Este impacto financiero se refleja en los gastos asociados a consultas médicas, hospitalizaciones, tratamientos farmacológicos, así como en terapias psicológicas y psiquiátricas, entre otros servicios esenciales. La magnitud de estos costos destaca la necesidad de una atención integral y sostenida para abordar adecuadamente las necesidades tanto de los pacientes como de sus cuidadores.
Por su parte, la atención a la salud mental representa uno de los mayores retos del Sistema Nacional de Salud (SNS), un desafío que se ha hecho más notable tras la pandemia de la COVID-19. La crisis sanitaria global no solo generó problemas de salud física, sino que también propició el auge de los trastornos mentales y disparó un aumento considerable en nuevos casos de enfermedades como la ansiedad, la depresión y el insomnio. Las medidas de confinamiento, el aislamiento social, el miedo a la enfermedad y la incertidumbre económica afectaron profundamente la salud mental de la población. Según diversos estudios, durante la pandemia se registró un aumento considerable en la demanda de servicios de salud mental, tanto en el ámbito público como en el privado, lo que puso en tensión aún más al sistema que ya enfrentaba desafíos antes de la crisis.
Ante esta situación, el Ministerio de Sanidad ha respondido con la creación de la Estrategia de Salud Mental y el Plan de Acción de Salud Mental 2022-2024. Esta estrategia se centra en una serie de objetivos clave: mejorar la salud mental general de la población, proporcionar una atención integral y accesible para las personas afectadas por trastornos mentales, y apoyar a sus familias. Uno de los principios fundamentales de esta estrategia es el enfoque comunitario, que busca alejarse de los modelos tradicionales basados en la hospitalización y en ofrecer alternativas más inclusivas y accesibles a nivel local, fomentando la recuperación en un entorno social y familiar.
El Plan de Acción de Salud Mental también subraya la importancia de la prevención y la detección temprana. Con el aumento de los problemas de salud mental, especialmente entre jóvenes y adolescentes, el plan promueve campañas de concienciación y educación en salud mental, así como la incorporación de programas de prevención en el entorno escolar y laboral.
El plan cuenta con un presupuesto de 100 millones de euros, financiado por los Presupuestos Generales del Estado. Estos fondos están destinados a apoyar 44 acciones específicas que se implementarán de manera conjunta entre el Ministerio de Sanidad y las CC. AA., con el objetivo de mejorar la coordinación entre los distintos niveles de atención y garantizar que los pacientes reciban una atención continua y de calidad. Entre las acciones más destacadas se encuentran la creación de nuevas plazas de profesionales de salud mental, incluyendo psicólogos y psiquiatras, la ampliación de los servicios de salud mental en las áreas rurales, y el desarrollo de programas específicos para atender a los colectivos más vulnerables.
ANSIOLÍTICOS Y OTROS FÁRMACOS
Para controlar la ansiedad, se utilizan diversos medicamentos, cada uno con características específicas. Los más comunes son las benzodiacepinas, medicamentos de acción rápida que ayudan a aliviar los síntomas agudos de ansiedad, aunque la duración del tratamiento con estos fármacos debe ser lo más corta posible para evitar riesgos de dependencia. Los más comunes en España son: Diazepam (Valium) que ayuda a reducir la ansiedad y los espasmos musculares; Lorazepam (Ativan) que se usa para tratar la ansiedad a corto plazo y puede tener efectos sedantes; y Alprazolam (Xanax) para aliviar rápidamente los ataques de pánico y la ansiedad generalizada.
Según asegura la farmacéutica del Centro de Información del Medicamento del Colegio Oficial de Farmacéuticos de las Islas Baleares (COFIB), Rosa García, “en 2022 las benzodiacepinas más consumidas por los pacientes fueron Lorazepam y Alprazolam, respectivamente, que representan el 40,37 por ciento y 27,55 por ciento DHD de las benzodiacepinas dispensadas”.
Dependencia de los ansiolíticos
Todas las benzodiacepinas tienen las mismas acciones farmacológicas actuando sobre el sistema nervioso central ejerciendo un efecto calmante, produciendo sedación, reduciendo la ansiedad, relajando los músculos y previniendo las convulsiones. Además, según señala García, “las diferencias fundamentales entre ellas son de tipo farmacocinético en cuanto a la duración de la acción”.
La farmacéutica también afirma que, en el tratamiento con benzodiacepinas, se ha de individualizar la dosis en función de las necesidades específicas del paciente, iniciando con dosis mínimas, aumentando gradualmente hasta conseguir el efecto deseado, limitando la duración del tratamiento al mínimo indispensable y realizando una suspensión gradual del medicamento.
Asimismo, destaca que la dependencia a estos tratamientos se debe a la adaptación fisiológica del organismo que aparece tras su uso prolongado de forma que, al interrumpir su administración, puede producir un malestar significativo que induce al individuo a mantener el consumo. Esta adaptación es la base biológica para que se produzca tolerancia y aparezcan síntomas de abstinencia o de retirada al cesar su consumo.
El riesgo de dependencia aumenta cuanto mayor ha sido la duración del tratamiento (más de 3 meses), si las dosis consumidas han sido elevadas o si se han utilizado benzodiacepinas de vida media-corta y elevada potencia ansiolítica, sin embargo, con frecuencia la dependencia aparece tras un consumo prolongado, aunque las dosis no hayan sido elevadas asegura García.
El perfil más común del consumidor crónico de benzodiacepinas en la práctica clínica corresponde a un paciente que las consume bajo prescripción médica, en dosis moderadas y que generalmente se mantienen estables a lo largo del tiempo. Además, cuando se interrumpe el consumo de benzodiacepinas se puede desencadenar el síndrome de abstinencia que se caracteriza por: síntomas psicológicos de ansiedad (insomnio, irritabilidad, disforia); síntomas somáticos de ansiedad (temblor, palpitaciones, vértigo, sudoración, espasmos musculares); trastornos de la percepción (intolerancia al ruido y la luz, sensación de movimiento, sabor metálico). En el caso de los hipnóticos de acción corta, también se observa insomnio de rebote, según señala la farmacéutica. La intensidad y duración de estos síntomas dependen de la farmacocinética de cada benzodiacepina: en las de acción prolongada, el cuadro es leve y persiste varios días, mientras que en las de acción corta, es más intenso, pero de menor duración, concluye García.