Belén González, Comisionada de Salud Mental

La creación del primer Comisionado de Salud Mental en España ha tenido que esperar para ver la luz a la XV Legislatura, creándose definitivamente por Real Decreto 1009/2023, de 5 de diciembre, pocas semanas después de que la ministra de Sanidad, Mónica García, asumiera su nueva responsabilidad en el seno del Gobierno y anunciara que uno de los principales objetivos de la cartera que lidera era alcanzar un Pacto de Estado por la Salud Mental.

Y sus primeros pasos han ido de la mano del liderazgo de Belén González, licenciada en Medicina por la Universidad de Castilla-La Mancha con especialidad en psiquiatría. La ahora Comisionada cuenta, además, con formación específica en género, gestión clínica  y dirección médica y asistencial, habiendo desarrollado su experiencia profesional en el ámbito de la atención clínica en Psiquiatría, desde el que ha trabajado en distintos dispositivos de la red asistencial a la salud mental de la Comunidad de Madrid, como el Centro de Salud Mental, la Unidad de Cuidados Psiquiátricos Prolongados y el Programa Comunitario Intensivo y Pisos Supervisados.

González es miembro de la Junta de la Asociación Madrileña de Salud Mental (AEN-Profesionales de Salud Mental) desde 2017, colectivo del que fue presidenta hasta 2024. Pero también ha pertenecido al Comité de Personas Expertas en Precariedad Laboral y Salud Mental del Ministerio de Trabajo y Economía Social, y es coautora del Informe Presme como resultado de la actividad de dicha comisión.

Desde 2022 ha colaborado como técnica externa con el Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura del Defensor del Pueblo y en actividades relacionadas con salud mental en contextos de privación de libertad.

Pregunta (P): Un Comisionado de Salud Mental, ¿por qué es necesario? ¿Cuál es la motivación para su creación? 

Respuesta (R): Yo creo, como Comisionada de Salud Mental y como persona que se ha comprometido con este trabajo, que había una necesidad de darle un lugar de mayor relevancia a la salud mental.

Creo que había una demanda social y un consenso colectivo sobre que la salud mental era importante, y que era un punto que tenía que pasar a la agenda política. Creo que ha sido una respuesta coherente y adecuada a los tiempos de esta demanda social. Un ejercicio de democracia, de la demanda que había y lo que se ha leído en la calle, poder llevarlo a las instituciones.

P. Le precede su dilatada experiencia, pero ¿qué le lleva a asumir esta responsabilidad?

R. Siempre me he sentido interpelada para poder mejorar dos cuestiones básicas de la salud mental: una era la atención, sobre todo y especialmente, a las personas con trastorno mental grave, que al fin y al cabo es el sentido que tenía mi trabajo asistencial. Y, por otra parte, también sentía que los trabajadores de salud mental teníamos que poder trabajar en otras condiciones y con una cultura asistencial distinta. 

Hay mucha heterogeneidad en cuanto a la cultura asistencial en salud mental. Siempre he apostado, y los colectivos son con los que he estado próxima, por una cultura asistencial que priorizara la autonomía del paciente, las decisiones compartidas, los derechos del paciente, las capacidades, la resiliencia, la recuperación, la integración en la comunidad, la necesidad de abordar lo social, tanto desde lo individual como lo colectivo. 

“Siempre he apostado por una cultura asistencial que priorizara la autonomía del paciente, tanto desde lo individual como lo colectivo”

Cuando el paciente llega a consulta, tienes que leer qué es lo que le está pasando en su entorno, en su familia, con su vivienda, con su trabajo… Tener muy en cuenta esos factores, pero también lo social desde fuera, lo social desde lo colectivo. Es decir, mirar qué está pasando colectivamente con el trabajo, con la vivienda, con las familias, con la cultura, con la infancia, con la crisis climática, para poder entender qué es lo que nos está llegando a las consultas. 

Quería puntualizar también, en relación a la cuestión profesional, sobre cómo trabajar desde Salud Mental. Me parece que necesitamos más tiempo y otra forma de poder abordar el estado mental para tener mejores condiciones laborales. Las condiciones laborales de los profesionales sanitarios en general no son las mejores, desde luego, efecto de ello son la cantidad de bajas y el nivel de sufrimiento que hay entre los trabajadores. Pero es que en salud mental hay una sobrecarga también muy particular que redunda en la vocación de los trabajadores. Nosotros estamos allí para atender, cuidar con la mejor de las intenciones y con el mejor de los conocimientos a nuestros pacientes. Y eso, sin unas condiciones de trabajo decentes, no lo podemos hacer.

P. Después de poco más de medio año de actividad, ¿cuál es el diagnóstico sobre el estado de la salud mental en España? 

R. El diagnóstico es que cada uno tiene una opinión distinta sobre la salud mental en España.

Creo que al tratarse de un problema que tiene mucho que ver también con la percepción, no podemos medir la insulina, no podemos hacer unas medidas muy objetivas con respecto a la salud mental, porque la salud mental es algo que abarca desde el bienestar mental hasta el trastorno mental. 

Belén González durante la entrevista para EDS. Fotografía: Silvia Carlsen.

Si nos referimos específicamente a trastorno mental, sí que podemos dar unas cifras o podemos hacer una evaluación un poco más exhaustiva. Por ejemplo, podemos decir que detectamos un aumento de diagnósticos de ansiedad o del sueño, y menos de otro tipo de trastornos, por ejemplo, que no detectamos especialmente aumento de trastornos mentales graves como trastorno bipolar o trastornos de la esfera psicótica. Sin embargo, en los trastornos de personalidad también estamos viendo un aumento en el diagnóstico.

En infancia, lo que vemos es un aumento de todos los trastornos relacionados con la ansiedad y también con las patologías del desarrollo, que son los trastornos del espectro autista, también trastornos hipercinéticos o trastornos de déficit de atención e hiperactividad.

En los diagnósticos de salud mental, insisto, no podemos hacer una radiografía, un TAC o sacar unos niveles y tener un diagnóstico de certeza, sino que estos varían en función de la demanda. Varían en función de la presentación de la sintomatología, del relato que hacemos cada uno, de lo que nos pasa, de la cultura en general y también de a quién le atiende a uno. 

Hay otra parte en esta pregunta que tiene que ver con la situación socioeconómica en España, la situación a la que nos han forzado las medidas frente al COVID y en la propia experiencia de sufrir una pandemia. Han venido a dar una sensación y una percepción de mayor sufrimiento, de poner el foco en cómo estamos, en cómo nos vemos, en cómo están nuestras compañeras. Ha habido también un deterioro y precarización, y tenemos datos objetivos, en las condiciones de trabajo, y hay un aumento muy significativo en las dificultades de acceso a vivienda. Son dos cuestiones absolutamente básicas para la vida que si uno no las tiene, lo va a pasar mal. Es imposible estar bien y tener buena salud mental si uno no tiene acceso a una vivienda digna, a un trabajo digno y a unos ingresos dignos. 

Con lo cual, con esos mimbres, el resultado que tenemos es que se generaliza un malestar mental que a veces no se refleja en diagnósticos de trastorno mental grave, pero sí que se refleja en una percepción de que estamos mal, agotadas, que no llegamos, que no podemos acceder a una vivienda, que nuestro trabajo nos extenúa.

P. Aterrizando en un punto más material, más concreto, sobre las medidas que va a lanzar desde el Comisionado. Ya anunció el Plan Estratégico de Salud Mental, pero profundicemos en las líneas maestras para la legislatura: ¿cuáles son sus prioridades? ¿Qué medidas pretende sacar adelante?

R. Pues, básicamente, se concretan en dos vías administrativas, que serían los Planes de Acción de Salud Mental y el Plan de Acción para la Prevención del Suicidio. Hemos querido dividirlas para darles una especial relevancia y poder tener medidas específicas y amplias. 

En cuanto al Plan de Acción de Salud Mental 2025-2027, resulta un plan que recogerá el consenso con las Comunidades Autónomas (CC.AA.) y con el Comité Técnico, donde están representadas personas con experiencia, expertas, asociaciones, sociedades científicas de Atención Primaria, Trabajo Social, Psiquiatría, Psicología clínica y profesionales de todos los ámbitos que pueden afectar a la salud mental. 

Este Plan de Acción tiene un encaje en la Estrategia 2022-2026 de Salud Mental, pero hemos elegido unas líneas maestras concretas para poder potenciarlas especialmente. La primera de ellas, que es con la que empezamos, tiene que ver con la mejora de los recursos humanos en salud mental, porque entendemos que es una absoluta prioridad. 

A veces, cuando hablamos de recursos humanos en salud mental, lo único que se nos ocurre decir es que hay que poner más psicólogos. Sí, hay que incluir más psicólogos, sobre todo en atención a la salud mental especializada, psicólogos clínicos con formación PIR. Lo que pasa es que este modelo de salud mental que tenemos está absolutamente centrado en la figura del psicólogo y el psiquiatra, en quienes recae casi toda la carga asistencial. Sin embargo, presentamos una diferencia a la baja de profesionales con respecto a Europa y a la OCDE en tanto que en el proceso asistencial no solamente intervienen psiquiatras y psicólogos clínicos. 

Para explicarlo bien: en salud mental tenemos un modelo asistencial que recae principalmente sobre psiquiatras y psicólogos o psicólogas. Esto es un problema, porque tenemos otras profesiones que están incluidas dentro de la intervención terapéutica a las que les estamos dando muchísima menos importancia de la que realmente tienen. 

Si queremos hacer un trabajo multidisciplinar y un trabajo con enfoque en determinantes sociales, necesitamos más trabajadoras sociales, más educadoras, más terapeutas ocupacionales, más enfermeras especialistas en salud mental. Y de esto, en comparación con Europa, es de lo que menos tenemos. 

Hablamos siempre de que tenemos menos profesionales de psiquiatría y psicología, lo cual es cierto, y tenemos que reforzar también en la medida de nuestras posibilidades esas dos profesiones, pero tenemos que poder ver las opciones y las posibilidades que se nos ofrecen abriendo el foco a la atención integral desde otras perspectivas que no solamente sean la del psiquiatra o el psicólogo. Esto me parece esencial. De hecho, hay CC.AA. que están haciendo este viaje hacia un modelo más centrado en una intervención multidisciplinar y donde otras profesiones puedan tener mayor relevancia. 

Nosotros apostamos por esto, y apostamos por la inclusión de los pares, de la figura del par, es decir, de la persona con experiencia en primera persona de trastorno mental que pueda hacer un acompañamiento, que pueda hacer intervenciones en ese equipo multidisciplinar a otras personas que están sufriendo patología mental o que están sufriendo algún tipo de trastorno.

El Plan de Acción de Salud Mental incluye, además, un cambio de modelo asistencial, otro que se oriente hacia la prevención de la institucionalización y hacia la promoción de la autonomía y la disminución de las medidas involuntarias y coercitivas sobre pacientes con trastorno mental, especialmente con trastorno mental grave.

Para eso necesitamos cambios en las infraestructuras que tenemos, cambios en el modelo de cultura asistencial que tenemos y refuerzo en los recursos humanos. El Plan sirve precisamente para eso. Tiene financiación y va a tener financiación en los próximos años, y servirá para financiar ese cambio de modelo hacia unos recursos innovadores que puedan cumplir con estas cuestiones que hemos ido nombrando de derechos, de cultura asistencial, de otras profesiones, de inclusión de expertos por experiencia, etc.

El plan de acción también destaca el área de trabajo sobre sistemas de información en salud mental, y cuenta con varias líneas y un grupo de trabajo que ya se ha conformado en el Ministerio de Sanidad.

Como último punto del Plan de Acción estaría el Grupo de Trabajo que estamos impulsando para el reconocimiento y la vigilancia de las patologías de salud mental derivadas del trabajo. Esto es absolutamente innovador en España y también en toda Europa, porque, bueno, hasta ahora estaba habiendo una evidente negligencia en el reconocimiento de que el trabajo produce sufrimiento psíquico y puede llegar a producir trastornos mentales. Esto está reconocido científicamente y hay un consenso social, pero, sin embargo, no había un reflejo suficiente dentro del Sistema Nacional de Salud (SNS). 

“Impulsaremos el reconocimiento de las patologías de salud mental derivadas del trabajo”

Todos los médicos de AP están viendo a todos estos pacientes que están sufriendo por motivos de trabajo: están viendo cómo se disparan las bajas, están viendo que esto está relacionado, pero hasta ahora no hemos tenido los mecanismos ni las herramientas para poder medirlo. 

Ahora mismo no existe ninguna enfermedad mental incluida dentro de la lista de enfermedades profesionales. Podemos dar una baja por motivos profesionales a alguien que sufre un trastorno mental por otra vía, pero es una vía muy complicada, es una vía que conlleva una serie de evaluaciones que dificultan mucho, tanto al profesional como a la persona que está sufriendo, para que se reconozca que es así. Hay muy poco reconocimiento de esta relación entre el trabajo y los problemas de salud mental.

P. ¿Estáis trabajando en esto desde el Ministerio de Sanidad únicamente o existe coordinación con otros departamentos?

R. Se trata de un grupo de trabajo multidisciplinar en el que estamos sociólogos, investigadores y expertos. También estamos en coordinación con el Ministerio de Seguridad Social y con el Ministerio de Trabajo. Hay muchos niveles a los que afecta esto, por ejemplo, el Instituto Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo, con quienes también estamos en relación.

P. Otra de las líneas que señalaba es el Plan para la Prevención del Suicidio.

R. Queremos un Plan de Acción de Prevención del Suicidio que incida especialmente en los determinantes sociales de la salud.

Hemos estudiado todos los planes de prevención del suicidio que hay en cada una de las CC.AA. para que puedan tener coherencia con este mismo, sobre todo, al tener la mayoría de competencias de Sanidad transferidas. Tiene que haber coordinación.

Hay algo que tiene que ver con fortalecer esos planes de prevención del suicidio de las CC.AA. y algo que tiene que ver con otro nivel de coordinación, el de la recogida de datos para poder establecer los determinantes que hacen que uno llegue a una situación de tal desesperanza y de tal desesperación que quiera quitarse la vida. A nivel de esto, también queríamos reconocer cuáles son los colectivos que tienen mayor vulnerabilidad de presentar este riesgo de suicidio y cuáles son aquellos sobre los que tenemos que incidir especialmente, como por ejemplo el colectivo LGTBIQ, el colectivo de mayores y el colectivo de jóvenes, que aunque no tiene unas cifras muy elevadas de suicidio, sí que entendemos que el suicidio de una persona joven es algo que hay que abordar sin ningún tipo de cuestionamiento, sean cuales sean las cifras.

P. Miremos ahora a corto plazo. 2025, ¿cuáles son los hitos previstos por el Comisionado?

R. En este 2024 vamos a terminar de trabajar para que salgan en 2025, puesto que van a llevar financiación, los dos Planes de Acción, tanto el de la Prevención del Suicidio como el de Salud Mental.

También queremos presentar las primeras conclusiones del Grupo de Trabajo de reconocimiento del trastorno mental de origen laboral. Y el día 10 de octubre tenemos la Jornada de Salud Mental, que va a ser un compendio y una exposición de las prioridades de este Comisionado, que tienen que ver con las líneas que hemos ido comentando, para recoger esta herencia de reforma de salud mental que se inició hace 40 años y que ahora estamos en momento de poder replantearnos hacia dónde queremos dirigirla, hacia dónde va esta nueva reforma de la salud mental, y que podamos hacerla entre todos y todas.

P. Usted hace referencia a que la salud mental no es tan solo una cuestión asistencial, ni en términos de cantidad ni de calidad; sin embargo, los profesionales reclaman que “los recursos tanto humanos como económicos dedicados a la salud mental dentro de la Sanidad pública son claramente insuficientes” (SEMPS, julio de 2024), y las dilatadas listas de espera en las especialidades relacionadas copan titulares. ¿Qué puede hacer el Comisionado para atender sus demandas? ¿Hay alguna iniciativa en marcha?

R. Estamos trabajando con Ordenación Profesional, de hecho, hoy mismo me ha llegado la confirmación de que vamos a poder flexibilizar algunas cuestiones. 

Todo lo que estamos pudiendo hacer lo estamos haciendo. En nuestras competencias está la formación de profesionales, por ejemplo, las plazas MIR, PIR y EIR. Sin embargo, estas plazas están condicionadas a la capacidad formativa de las CC.AA. Lo que estamos haciendo es trabajar en la ampliación de esas capacidades formativas de las CC.AA. y apoyarlas en que puedan asumir todas las plazas que sean posibles. 

Esto nos está permitiendo aumentar plazas de PIR y MIR, pero también estamos aumentando las plazas de psiquiatría de la infancia y la adolescencia significativamente, que es una especialidad de nueva creación. 

En cuanto a psicólogos clínicos, estamos trabajando tanto con sociedades profesionales y científicas como con Ordenación Profesional para poder ampliar al máximo la capacidad formativa y poder apoyar en todo lo que pueda redundar en un mayor número de profesionales trabajando en salud mental especializada y en AP. 

Esto requiere de un consenso con las CC.AA. para que podamos incluir no solamente a todos aquellos que estamos formando, sino para que podamos recuperar a los psicólogos clínicos que están trabajando fuera del SNS, que estimamos que son dos tercios de los formados.

Pero para eso necesitamos mejorar las condiciones de trabajo de los profesionales en salud mental, y quizás no descargar todo sobre la figura del psiquiatra y el psicólogo y poder introducir estas nuevas figuras de una forma más relevante, que puedan dar otro sentido a la asistencia y que además puedan dar respuesta a esta elevada demanda que hay ahora mismo. 

Esto tiene que ir de la mano, inevitablemente, de las CC.AA., si no, es imposible que podamos llegar a poder dar respuesta solamente desde el Ministerio.

P. Pandemia y aumento de trastornos mentales. Se estima que desde entonces casi el 30% de la población española padece alguno y que, sin embargo y a pesar de que ya se cumplen cuatro años desde su irrupción, los ratios no han vuelto a los anteriores, sino que se mantienen y han registrado tendencias al alza. ¿Cuáles son las causas? ¿Cómo pretende incidir en ello el Ministerio? 

R. Creo que es una pregunta muy pertinente y muy complicada de responder. La cuestión de la influencia de la pandemia en los trastornos de salud mental o en el sufrimiento psíquico en general no tiene que ver en sí con el virus y con la pandemia, sino con las medidas que se tomaron para abordar esta crisis, para abordar esta pandemia y con las consecuencias sociales, económicas y culturales de la misma.

La pandemia, y creo que muchos expertos coinciden, fue un momento de replantearnos muchas cosas. Fue un momento, por una parte, de pensar en el vínculo que teníamos con los demás. Esto es esencial en salud mental y en los trastornos mentales. La cuestión del vínculo, cómo nos vinculamos a otros, si nos sentimos parte de una sociedad o de un colectivo, de una familia, si estamos solos en el mundo, si alguien nos protege… Esto es esencial para el desarrollo de trastornos o para la prevención de la salud mental. 

Lo que ocurre en la pandemia es que nos hacemos conscientes de esta cuestión del vínculo y de lo vinculados o desvinculados que podamos estar de otros. También nos hacemos conscientes, por ejemplo, de los trabajos y de las condiciones laborales. Nos empezamos a dar cuenta y a percibirnos a nosotros mismos de una forma más autoconsciente. 

Esto ha redundado en que nos preguntemos mucho más sobre nuestra salud mental, y también ha tenido que ver en esta disminución del estigma sobre cómo estamos, cómo están los demás y poder hablar de todo ello. Esto, inevitablemente, conlleva que si estamos mal, nos demos más cuenta de que estamos mal y lo empecemos a decir más. Y como consecuencia, se registra también un aumento de la demanda de los servicios sanitarios, un aumento de los diagnósticos, un aumento del etiquetaje de ese malestar. 

Hay una situación sociocultural y socioeconómica en este momento que también tiene que ver con la pandemia, pero no solo, que nos hace darnos cuenta más y percibir más nuestro malestar en el mundo, cómo nos sentimos con respecto a nosotros mismos y a los otros. 

“Tenemos que preguntarnos qué nos está pasando, no quedarnos con los diagnósticos, sino qué hay debajo de ellos”

Pero también se da una situación de medicalización del lenguaje, una medicalización de la vida cotidiana.

El lenguaje de la institución médica es muy potente en nuestra sociedad. La salud tiene muchísima importancia y, habitualmente, nos hemos referido a ella con términos médicos. Esto ha hecho que nos dirijamos a nombrar muchos malestares que tienen origen en el trabajo, en la falta de vivienda, en los conflictos interpersonales, en la relación con otros, en un montón de cuestiones. Nos dirigimos a ellos o los nombramos con términos médicos. Esto hace que pensemos que estamos todos mucho más enfermos, pero creo que la reflexión importante que subyace a esto es que nos tenemos que preguntar qué nos está pasando, por qué estamos peor, qué nos está haciendo estar peor, no quedarnos con los diagnósticos, sino preguntarnos qué hay debajo de los diagnósticos. Esto creo que es esencial y creo que es un ejercicio colectivo que tenemos que hacer.

P. Consumo de psicofármacos, ¿peligro o necesidad? En la última década, la venta de ansiolíticos y antidepresivos se ha incrementado un 30 por ciento, lo que sitúa a España como líder en cuanto a consumo de benzodiacepinas. Así, existen estudios que demuestran que los pacientes de 65 años o más diagnosticados con ansiedad tienen un riesgo significativamente mayor de desarrollar demencia, mostrando que la exposición a las benzodiazepinas se asocia con un aumento del 28 por ciento en el riesgo de padecerla. ¿Medicalizamos en exceso el sufrimiento? ¿Propone algún tipo de novedad en su regularización?

R. Sí, creo que medicalizamos en exceso el sufrimiento. Creo que porque nos faltan otro tipo de recursos, tanto cognitivos como materiales, para no medicalizarlo. Quiero decir, nos faltan recursos cognitivos en el sentido de que muchas veces no nos paramos a pensar, como decía antes, en qué es lo que subyace a este sufrimiento. La respuesta rápida que se ofrece es un psicofármaco porque nos permite seguir funcionando. 

Mientras tengas una herramienta, algo que te permita seguir funcionando en la sociedad, casi siempre y por consenso, no solamente es una cuestión médica sino también de quien recibe el fármaco, casi siempre vamos a elegir esta opción. Porque parar es muy difícil. Y pararse a pensar en qué le está pasando a uno, qué cambios necesita hacer en su vida o siquiera si puede y se puede permitir hacer esos cambios, es mucho más complicado.

Sí, estamos medicando la pobreza, la falta de vivienda, los problemas laborales, la crisis climática… estamos medicalizando problemas sociales.

Esto lo vemos reflejado en que hay un aumento mayor en la prescripción de psicofármacos que de diagnósticos en salud mental. Es decir, vemos que el diagnóstico de ansiedad es el que más aumenta, bien, pues el diagnóstico de ansiedad aumenta, pero aumenta mucho más la prescripción de ansiolíticos y de antidepresivos. El diagnóstico de depresión aumenta un poquito, pero la prescripción de antidepresivos aumenta mucho más. Hay una disparidad entre estas dos cuestiones. Y esa disparidad está reflejando que estamos medicando más cosas de las que medicábamos antes. Y eso tiene que ver también con lo social.

P. Sobre novedad en la regularización: hay países del entorno europeo que están contemplando medidas mucho más restrictivas a la hora de recetar algún tipo de ansiolítico o de medicamentos similares. No sé si contempláis desde el Comisionado lanzar alguna medida.

R. Una de las áreas específicas del Plan de Acción de Salud Mental tiene que ver con la mejora del uso y de la prescripción de psicofármacos. Esto nos parece esencial.

Creemos que hay que dar herramientas a los clínicos y las clínicas para que puedan hacer un mejor uso de los psicofármacos. Creo que la población, y esto está incluido en el Plan de Acción, tiene que estar mejor informada y tenemos que ser capaces de informarla mejor de las ventajas y de las desventajas de los psicofármacos. Es decir, esto no se trata de asustar a nadie, se trata de hacer una mejor prescripción que también conlleva dar mejor información a la persona de los efectos secundarios que puede sufrir, de cuánto tiempo puede tomar este fármaco y qué puede pasar durante ese tiempo y, sobre todo, sobre qué podemos esperar del psicofármaco.

Hay mucha confusión sobre qué es lo que esperamos, por ejemplo, de un antidepresivo. Un antidepresivo se llama antidepresivo y pensamos que lo que hace es quitar la depresión. Igual que un antipsicótico, se llama antipsicótico y lo que pensamos es que hace quitar la psicosis. Estos son nombres trampa. No funcionan exactamente así. Tenemos que conceder a las personas que lo toman una mayor autonomía para el conocimiento de los efectos de estos psicofármacos, y para la decisión sobre la toma, o sobre la retirada de estos psicofármacos. Tenemos planes para ello.

P. Salud y género. En el último documento publicado por el Ministerio de Sanidad (2022) sobre la influencia de los determinantes sociales en la salud, se situaban el sexo y el género como uno de los principales en materia de desigualdad en la salud de las mujeres y en el desarrollo de la profesión médica. ¿Cómo influye en el ámbito de la salud mental? 

R. Hay una serie de datos objetivos que ponen muy en evidencia la disparidad que hay en la atención a la salud mental según género, y es que a igualdad de síntomas, a las mujeres se las medica más que a los hombres. Y esto ocurre especialmente ahora con las mujeres jóvenes. 

Las mujeres jóvenes son el colectivo que mayor aumento de prescripción de psicofármacos ha tenido en los últimos años. Y esto es muy preocupante. Se están recetando ansiolíticos y antidepresivos en un grado muy alto y, sobre todo, en lo que tiene que ver con el incremento en mujeres jóvenes. Insisto, a igualdad de síntomas que en hombres jóvenes.

Esto lo que quiere decir es que hay un sesgo de género que tenemos los profesionales y las profesionales, que cuando nos llega una mujer y nos cuenta un sufrimiento, tendemos mucho más a pensar que es una enfermedad, un trastorno mental o algo que tiene que ver con este ámbito, que a pensar en otras cuestiones.

Por ejemplo, cuando una mujer llega y te cuenta que está triste, o que está muy cansada, o que está agotada, cosas que tienen que ver con las relaciones familiares, con el cuidado de los hijos, con las dobles jornadas laborales, etc., se tiende a pensar que lo que le ocurre es una depresión o un trastorno de ansiedad, y se la medica. Si viene un hombre y cuenta que está mal, que está cansado, que está agobiado, va a ser mucho más probable que le preguntemos sobre sus condiciones laborales y sobre qué está ocurriendo en su vida.

Esto lo que genera es que podamos observar mejor los determinantes sociales en los hombres, llevando a entender que hay que cambiar cosas de fuera con los hombres, y que por el contrario a las mujeres les atribuyamos muchos más diagnósticos y muchos más psicofármacos. 

No es lo mismo que a una le digan “oye, Pepa, qué mal estás en el curro, tienes que bajar el nivel o tienes que trabajar menos o esto hay que abordarlo de otra manera”, que a una le digan “lo que tienes es una depresión, que es una enfermedad, Pepa, y te vamos a poner un antidepresivo, y va a ser lo que te ayude a estar bien”. La diferencia es radical, porque Pepa se va a sentir de una manera muy distinta si se le da una respuesta de padecer una enfermedad mental, que si se le dice que hay que hacer algo con lo que tiene que ver con el cuidado de tus hijos, o con compartir las tareas del hogar, o con sus condiciones laborales. La sensación y la construcción de la identidad es muy distinta. Luego, en cuanto a planes específicos que hasta ahora no se estaban llevando a cabo, tenemos toda una serie de medidas que van dirigidas a una cuestión fundamental que es el apoyo y el respeto a los procesos de maternidad de las mujeres que tienen algún tipo de trastorno mental o que están tomando psicofármacos.

Si hay una negligencia importante con respecto a todo lo que tiene que ver con la maternidad y la salud, hay una negligencia todavía mucho mayor cuando se trata de mujeres con trastorno mental grave o incluso que toman cualquier tipo de psicofármacos. 

Sabemos muy poco con respecto a este tema y, sobre todo, existe muy poco apoyo y ciertos prejuicios en el abordaje de esta cuestión. Va a haber financiación para, precisamente, apoyar los procesos de deseo de maternidad, cuando ya ha ocurrido el embarazo y posteriormente la crianza, porque nos parece absolutamente esencial que las mujeres con trastorno mental también tengan acceso a poder tener una maternidad sana y que puedan disfrutar.

En ocasiones hay un estigma y autoestigma de malas madres ya por el hecho de tomar psicofármacos, por tener una fragilidad, por tener un trastorno mental incluso leve; o si ya tienes un trastorno mental grave, el estigma es enorme. 

“A igualdad de síntomas, a las mujeres se les medica más que a los hombres”

No hay nada más violento que ese estigma, el prejuicio sobre que van a ser negligentes, que no van a cuidar bien a sus hijos, que pueden llegar incluso a ser violentas o hacerles daño. Esto, en la experiencia de la maternidad en mujeres con, por ejemplo, diagnóstico de psicosis, es terrorífico y no se está trabajando suficientemente sobre ello. Otra opción para mujeres que queremos promover son las casas de crisis.

Las casas de crisis, en origen, son casas de crisis para mujeres y tienen que ver con unos lugares donde no se reproduzca la violencia patriarcal, donde puedan ser atendidas en su sufrimiento psíquico sin que se reproduzca violencia, que está muy imbricada en el sufrimiento psíquico de todas las mujeres. 

Además, las mujeres con trastorno mental grave tienen un riesgo multiplicado de sufrir violencia de género, con lo cual hay que tener siempre en cuenta la perspectiva de género en el abordaje a la salud mental. En hombres, en mujeres, en infancia, en psicofármacos, en construcción de infraestructuras, en modelo asistencial, en todo, no solamente en atención a mujeres, sino en todo lo que abordamos.

P. Una vez pasados estos cuatro años, ¿qué le gustaría dejar como legado en materia de salud mental? 

R. Mi expectativa es que cuando termine el Comisionado pueda volver a trabajar en un centro de salud mental. Hay algo que tiene que ver incluso con el interés personal de poder volver a trabajar en un lugar donde las condiciones laborales permitan el trabajo vocacional que tenemos que hacer. Esto sería uno de los puntos esenciales, todo lo que tiene que ver con la mejora en las condiciones de trabajo. 

Otra cuestión tiene que ver con el cambio de cultura asistencial en salud mental. Con poder haber hecho algo, yo sé que no lo vamos a conseguir completamente, pero vamos en esa vía, porque además es la misma vía en la que van organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud o la Unión Europea. 

Es una vía que tiene que ver con el respeto a la autonomía, a los derechos humanos y civiles, a un tratamiento y a un trato consensuado y que tenga que ver más con el acuerdo y con el respeto a la personalidad, a la individualidad, a la historia biográfica, a la situación vital que está atravesando esa persona, y que podamos trabajar desde ahí todos y todas. 

Luego también en este cambio de cultura asistencial, que podamos hacer abordajes mucho más interdisciplinares, mucho más en contacto con las comunidades, con la prevención, con atención primaria, con servicios sociales, con asociaciones, con todo aquello que pueda ser generador de salud o que pueda prevenir el sufrimiento psíquico. 

Y por último, que podamos hacer aquello que repetimos tanto de la salud mental en todas las políticas, que cuando yo me vaya de aquí, cuando se hagan políticas de otro tipo, de vivienda, de trabajo, de ecología en cualquiera de sus ámbitos, se pueda tener en cuenta que la salud mental es una variable esencial y que, al final, a lo que tienen que dirigir esas políticas es a tener mejores vidas que nos permitan sentirnos mejor. Y eso también es salud mental. Esa salud mental en todas las políticas, que quede ahí.